En una tarde llegó la
primavera, todo seguía igual, en un banco junto al puerto de la ciudad un
hombre espera atentamente un nuevo atardecer mientras se fuma un cigarrillo,
paciente, sin darle demasiadas vueltas al tiempo, pues con los años, había
aprendido que la paciencia era una virtud fundamental en la vida, ya que la
desesperación solo lleva al fracaso más absoluto por apresurarse.
Mientras el cigarro se
consumía, el sol descendía lentamente para matar de nuevo otro día, la mar en
calma le lanzaba su brisa, que rozaba su cara levemente provocando unas ligeras
cosquillas que le daban sensación de abrigo a su solitaria alma.
Vaya vida llevo, pensó.
No entendía muy bien el mecanismo a seguir ya que la sociedad no era algo de lo
que se preocupaba, pero si lo hacía de las personas a su alrededor y ellos
vivían en algo que no entendía, pero solía empatizar bien con la gente y
observaba su sufrimiento a simple vista, y eso es lo que a él más le
preocupaba, ya que no podía descifrar los entresijos del sufrimiento ajeno,
pero sabía entenderlos... por ello cada tarde se encomendaba a los atardeceres
para respirar y vivir tranquilo, para ser uno con el mundo natural y dejar a un
lado los problemas que nunca debieron ser suyos.
Mientras se perdía
levemente en esa reflexión el sol comenzó a fundirse con el mar, el espectáculo
era majestuoso, aunque lo había visto aproximadamente durante toda su vida,
cada vez que observaba uno le resultaba único, lo sentía cada cual más hermoso,
viendo como el sol daba paso a la oscuridad, que después menguaría con el
reflejo de la luna en su rostro acompañado por las estrellas, las cuales muchas
estarán muertas, pero su luz aún perdura en el recorrido del vasto universo.
Aquel hombre solitario
simplemente, una vez visto aquel sublime acontecimiento comenzó a derramar
lágrimas, se sentía uno con el mundo, pero se sentía solo con el resto de
personas, así que cansado, amargado y desdichado, se levantó de aquel banco y
corrió hacia el mar, de un salto se sumergió, soltó todo el aire que tenía en
su pulmones para no volver a salir a la superficie. La falta de oxígeno le
apretaba a luchar por sobrevivir pero no tenía fuerzas para luchar una vez más,
y sin más se desmayó... un hombre incomprendido al que el mundo le había
superado por no entender al resto de su especie que luchaba por destacar
pisoteando unos a otros. Quizás podría verse como un cobarde que renunció a la
vida.
En medio de la nada aquel
hombre solitario recuperó su consciencia, se encontraba semi desnudo, tirado en
la arena de una playa infinita, las olas hacían que la orilla mojase sus
piernas. Cuando alzó la vista y vio lo que ante él se postraba no sintió miedo,
matizar que este narrador define a la playa como infinita porque no se divisaba
el final de lado a lado, pero de frente se observaba un bosque muy frondoso
donde le llevaría la curiosidad, la del hombre solitario, a adentrarse.
Se levantó de su
emplazamiento y se sacudió como pudo la arena, recorrió hacia arriba la playa y
se adentró en aquel misterioso bosque. Como ya cité anteriormente era un bosque
frondoso, los arboles eran inmensos, apenas podía seguir un camino ya que
estaba lleno de arbustos con zarzas lo cual provocaba dolor, sus piernas
estaban sangrando ya que iba medio al descubierto, a pelo, pero siguió movido
por la curiosidad más extrema ya que buscaba en el fondo la civilización, hoy
en día pocos lugares en la tierra no están poblados y el como todo humano
normal tenía la curiosidad de haber a donde le había llevado aquel extraño
delirio del suicidio.
Caminó durante horas por
aquel angosto lugar, hasta que a lo lejos vislumbró algo de claridad, pues la
frondosidad de aquel bosque no dejaba pasar mucho la claridad. Cuando llegó al
claro se encontró de frente con una pequeña cabaña de la cual por su chimenea
salía humo. Quien vivirá ahí, pensó. Se escondió en la oscuridad del bosque
para observar quien habitaba en tal remoto lugar, el miedo lo detenía pero la
curiosidad lo empujaba, tal era la indecisión que simplemente se quedó parado
con los ojos clavados en la puerta.
Al cabo de un rato la
puerta se abrió, y la vista no podía ser más agradable, pues era una figura
femenina, con muchas curvas, cabello rojizo largo, prácticamente llegaba hasta
el suelo, sus ojos grandes y llenos de vida mimetizaban con el color del cielo.
El corazón de aquel hombre solitario se estremeció, nunca contempló en su vida
tal belleza. Cuando ella se agachó para recoger una cesta llena de manzanas
divisó sus orejas, puntiagudas como las de los elfos que relatan en los
cuentos. Impactado se quedó durante unos instantes.
- No tengas miedo, sal,
te esperaba -dijo aquella extraña mujer-.
El hombre es escondió aún
más y la reacción de la mujer fue una risa enternecedora.
- Enserió, no tengas
miedo no te voy a morder -replicó la mujer al ver la reacción que había
provocado-.
El hombre salió de su
escondite y se acercó a la choza donde esperaba aquella hermosa criatura.
- ¿Me esperabas?
-pregunto el hombre con la voz entre cortada-.
- Digamos que había oído
hablar de ti al viento, siempre buscando tu lugar en el mundo -contestó-.
- ¿Has oído hablar de mí,
al viento? ¿Acaso te burlas de mí?
- ¿Burlarme de ti? no
creo que lo que te acabo de decir sea desconocido para ti... ¿Cuantas veces te
has sentado solo para ver el atardecer porque no entendías al resto? -replicó
la mujer-.
- Tantas que no recuerdo
pero, ¿Eso que tiene que ver?
- Tiene que ver con todo,
pocas personas se sienten en comunión con el mundo, la naturaleza no está en la
sociedad y tú lo has descubierto por ti mismo, cada día te has sentado
pacientemente esperando una respuesta del universo, aquí la tienes, que
saltaras del muelle hacia el mar no fue una casualidad, yo te llamé, yo hice
que vinieras, yo fui la que provocó que nos uniéramos este día, porque hoy
comienza el cambio del mundo y solo unos pocos estamos dispuestos a luchar por
ello.
- No entiendo nada, ni
siquiera sé donde estoy- dijo patidifuso el hombre solitario-.
- Conscientemente no, no
lo entiendes, pero si estás aquí es porque has llegado a una respuesta, y esa
respuesta deberás descubrirla por ti mismo porque tiene la llave del futuro de
este mundo y puede que del resto de mundos. Ahora entra a la choza y descansa,
vienen días duros deberás estar bien descansado, mañana te explicaré el porqué
de tu llegada.
El hombre escuchó a la mujer, tenía una voz tan melódica y dulce que
simplemente confió en su palabra y se adentró en la choza, encontró una cama y
ahí se recostó, cerró los ojos y se durmió.
A la mañana siguiente desilusionado por la ficción que había vivido en aquel banco despertó, aquella visión extraña no llegó a comprender, el
mundo seguía igual, en sus sueños se había perdido imaginando una historia que
comenzó pero no terminó, al ver el mundo por el mismo camino que seguía cuando
sin saberlo se durmió, al agua volvió pero esta vez de ella jamás salió. Nunca la historia de aquella mujer se supo, y la historia siempre quedo inconclusa, por aquel hombre solitario, al que en los mundos venideros de ensueño se le conocería como "El imaginario suicida".