domingo, 7 de julio de 2013

No busques amor donde solo hay sexo!

Así fue como empezó todo, ella me preguntó si sabía cuál era la parada de tren más cercana para llegar a cierta ciudad, yo le respondí que era la misma que la mía, que estuviera atenta. Ciertamente era una mujer muy atractiva y con las curvas muy pronunciadas.
Automáticamente me sentí muy atraído por ella, así que le comenté que si quería podía esperar junto a ella la parada y conversar. Conversamos durante todo el trayecto hasta que llegamos a nuestra parada. Bajamos del tren y continuamos hablando unos metros hasta que nuestros caminos irremediablemente tenían que ser diferentes. Cuando llego el momento de despedirse me puse nervioso, no quería perderla de vista, pues había sentido una conexión más allá de la que pueda explicarse, pero no dije nada, me despedí y seguí mi camino, arrepentido y cabizbajo, pero de repente el sonido de su voz alcanzó mis escuchas y me giré rápidamente, ella corría hacia a mí con un papel en su mano, me lo entregó, dio la vuelta y siguió por su camino. Miré el papel que contenía su número, y con una bonita caligrafía, “llámame, me encantaría volver a verte”. La felicidad se apodero de mí, y volví a casa con un buen sabor de boca, pues no esperaba encontrar en el tren compañía similar, ya que cada mañana lo cogía y nunca pase de un “disculpe, me podría decir que parada…” simple amabilidad con mis semejantes que necesitaban ayuda, pero esa mañana el mundo me había enseñado una lección, “Nunca sabes que puede pasar”.

Cuando llegué a casa estaba muy excitado, no dejaba de pensar en aquella hermosa mujer de cabello oscuro, era tan hermosa… sus ojos verdes deleitaban al mismo deseo ya que su mirada penetrante podía derretir el mismo hielo dentro de un congelador, sus labios sensuales y carnosos gritaban “muérdeme” no podía ni recordarla sin temblar, y su cuerpo, un cuerpo escultural donde perderse entre las sabanas de cualquier cama del mundo, era demasiado exótica para ser de la ciudad, pero dominaba perfectamente el idioma, era todo un misterio ya que hablábamos de cualquier cosa menos de nosotros mismos, no sé, se estaba convirtiendo en una obsesión. Después de soltar el maletín y quitarme el traje cuidadosamente para que no se arrugara y llevarlo a la tintorería, me metí en la ducha, donde di  rienda a la imaginación y consume el primer delirio placentero que ella me proporcionaría, nunca le conté para no parecer un pervertido pero fue el mejor momento intimo a solas que recuerdo.

Cuando salí de la ducha comí y me senté un rato a ver la tele, el teléfono a mi lado era un suplicio, no sabía si llamarla, esperar o que, la indecisión era brutal, pero al cabo de un rato me decidí y descolgué el teléfono, marqué su número y me dispuse a hablar. Cuando me lo cogió se mostró muy contenta por escucharme, dijo que iba a estar hasta mañana en la ciudad y que no conocía a nadie que le encantaría pasar tiempo conmigo, así que le ofrecí cenar por ahí pero me dijo que prefería una comida casera que si tenía idea de cocinar, a lo que evidentemente le respondí que si, ya que vivía solo y mi abuela de pequeño siempre me ponía con ella a cocinar por lo que tuve nociones con una experimentada cocinera. Así que, quedamos en mi casa cerca de las ocho y media de la noche.

Cuando descolgué me puse a pensar en sus palabras, solo iba a estar un día en la ciudad, era posiblemente mi única oportunidad de estar con ella, me sentí decepcionado, realmente, sentía algo especial por ella, pero bueno no era momento de pensar en eso, debía disfrutar del tiempo que me regalara así que cogí el traje y salí para llevarlo a la tintorería y pasar por el supermercado a comprar.
Una vez hice todo lo que tenía que hacer fuera de casa, volví para cocinar, prepare unas albóndigas con salsa de zanahoria acompañada de papas guisadas, era uno de los platos más sabrosos que preparaba  así que la elección no fue difícil.

Sobre las ocho y cuarto ella me llamo, yo tenía preparado todo, me dijo que no encontraba el portal así que le dije de vernos en el parque más cercano y me dirigí hacia allí, en cuestión de quince minutos había vuelto  con ella de mi lado, la conversación por el camino fue trivial y el saludo al vernos un tanto tímido, tenía en sus manos una botella de vino, le dije que no era necesario pero que gracias, pues yo había ya comprado una también.

Ya en casa nos sentamos a cenar, el silencio era dueño de la habitación, solo se oía el ruido de los cubiertos rozando con los platos. Hasta que ella pregunto si tenía pareja, a lo que le respondí que no, ella sonrió levemente y yo hice lo mismo, después de eso la conversación fue más fluida, hablamos de todo un poco, bebimos algo de vino y reímos, la velada se tornaba de fría y áspera, a cálida y maravillosa, parecía que nada podía fallar, terminamos la cena y seguimos con el vino viendo una película en el sofá.

Pasó un rato y el vino comenzaba a hacer efecto, ya las conversaciones de sensatas pasaban a un poco más íntimas, ella comenzó a preguntar, si me parecía hermosa, la evidencia acerca de la respuesta es mejor obviarla, ella volvió a sonreír, se me acerco en el sofá y me beso, yo correspondí. Nos besamos, y nos fuimos fundiendo uno con el otro, el beso era increíble pero yo quería más, así que me separe un poco y fui bajando hasta su cuello, ella agarraba mi pelo mientras sentía que su respiración se aceleraba, cada vez me apretaba más contra ella, y mis manos ya no podían dejar de acariciar su espalda lentamente con las yemas de los dedos buscando las cosquillas. Le quite la camisa y ella hizo lo mismo conmigo, volví a su cuello para buscar de nuevo esa respiración que me volvía loco, ella desabrochaba mi pantalón buscando una reacción  similar en mí. Mientras yo bajaba del cuello por sus hombros, ella acariciaba la parte que había dejado visible al desabrochar el pantalón, notando la dureza del asunto ella se excito mucho más y de un empujón me empotró contra el sillón y comenzó dándome un beso en los labios bajando hasta que la prominencia de mi cuerpo se perdió en su boca, los ojos parecía que me iban a dar mil vueltas, ella subía y bajaba suavemente, como si quisiera descubrir cada centímetro de mí, su largo cabello acariciaba mi barriga y mi cadera, era imposible mejorar aquella forma de darme placer, pero me equivocaba era posible. Cuando me percaté que toda la atención recaía sobre mí, la aparte para volver a regalarle placer a ella, la tumbe en el sillón con delicadeza y le fui quitando las pocas prendas que le quedaban, desabroche su pantalón con las manos bajándolo y mientras con la boca quitaba su tanga rojo que nada más verlo ya me había causado perdidas en la capacidad cognitiva, ya era puro instinto, una vez la tenía completa desnuda comencé a subir por sus muslos dejando mi labio inferior junto a su piel para que sintiera como subía hacia su zona erógena, una vez allí comencé a pasar mi lengua suavemente por sus partes más íntimas, ella pasaba así del suspiro a pequeños gemidos, que a mí me alentaban a seguir con mis actos, durante un rato seguí hasta que ella comenzó a gritar y me pidió que le hiciera el amor, de sus partes íntimas pase a su boca con un beso, mientras con mi mástil la penetraba salvajemente, a  cada embestida los gemidos retumbaban por las paredes volviendo a nuestro centro, ella con las piernas levantadas y una cara de gozo que no podía disimular, no paraba de pedir más fiereza, era imposible parar, embestida tras embestida el sudor hacia más fácil el movimiento, y el sonido de los cuerpos no cesaba, nunca olvidare ese instante en el que comprendí que el sexo puede ir mas allá de los sentidos. Cuando ya los gemidos cesaron un poco ella decidió tomar el mando y me sentó en el sillón para subirse encima y dejarme sus pechos a la altura de mi cara para restregármelos en cada cabalgada que me dio, era una bestia, su trasero no paraba de menearse sobre mí, era una delicia verla bailar parecía una profesional, sus pechos no dejaban de darme cachetadas y yo no paraba de intentar meterlos en mi boca para morderlos, arriba y abajo, arriba y abajo, la sensación frenética no desistía, ella era una maquina sexual y yo era su simple esclavo, terminé por obedecer y someterme a su voluntad. Se levantó y me cogió de la mano, me llevo hasta la mesa donde habíamos cenado y se posó sobre ella dejándome el camino abierto para someterla ahora a mi voluntad, la agarre por la cintura y la empotré todo lo que pude contra mi mesa, ella se movía y los gritos de “MÁS” hacían que me volviera loco, y empecé a darle nalgadas, una de sus nalgas cogía un color encarnado pero su cara amenazante con que parase me daba más alas para seguir, nunca olvidare esa forma de hacer el amor, bueno, no lo llamemos amor, eso es follar. Después de tal intensidad fuimos a la cama y nos fundimos nuevamente pero con más suavidad, nos mirábamos a los ojos y despacio disfrutábamos de nuestro sexo, se tornó con más tranquilidad, luego de un rato mi cuerpo desistió y rompí en una explosión de placer, me miró, y me dio las gracias la abrase y caí dormido.

A la mañana siguiente estaba abrazado a mi almohada y en la mesilla noche una nota que decía:

“Gracias por esta maravillosa noche, vine a la ciudad de imprevisto por una llamada acerca de un trabajo que tuve que rechazar, no tenía donde pasar la noche y tú me atraías desde que te vi en el tren, te di mi numero para ver si me llamaba y me ofrecías donde quedarme, así que me deje llevar, siento haberte utilizado, te pido que no me busques nunca más, pero quiero que sepas que nunca olvidare esta noche, un beso”

Y no, después de un tiempo no la he vuelto a ver, parece como si de los cielos hubiese descendido para enseñarme que existe un sexo mejor al que había probado, y ciertamente, nunca la olvidaré.


Aquella experiencia nunca la volví a repetir, pero en mis recuerdos perdurará hasta que no le sirva a mi cuerpo.

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