Toda historia tiene un principio, pero no siempre tiene un
final, el cuento que relato no puede terminar, pues el tiempo que transcurre no
va más allá.
Una mañana un muchacho, sin ánimo de envejecer, corrió hacia
la mar para exigirle a los dioses la inmortalidad. Pasaron horas y no obtenía
respuesta, pero no desistía, el muchacho de allí no se movía. Cuando unos días pasaron,
y exhausto en el suelo reposaba, un barco de vela se acercó a su vera. No era
demasiado grande, una vela y un timón para dirigirlo, ya que extrañamente un
viento estaba levantándose a sus espaldas. El muchacho casi a rastras se subió
en él, y cayó en un profundo sueño, del que aun hoy no sabe bien si ha
despertado.
Cuando recobró el sentido de aquel extraño descanso, se percató
de su estancia en aquel pequeño velero, con su vela blanca y el timón
desorientado, dando bandazos, haciendo que aquella pequeña, pero hermosa embarcación
no fuera estable. A su alrededor solo avistaba el océano, sus ojos se perdían en
el horizonte, que no parecía tener final ya que ambos azules, el del mar y el
del cielo, se fundían en uno. Pero no tuvo miedo, agarro el timón con todas sus
fuerzas y estabilizó el velero. El viento que aún era su compañía, le hizo
avanzar varias millas en pocas horas, y en sus pensamientos la sensación de
libertad que inspira el mar. No padecía fatiga, pues el hambre a él no le parecía
afectar, en su mente la idea de la inmortalidad, era suficiente para
continuar.
Tras varios días navegando, y con su afán de avanzar, avisto
tierra, y hacia ella puso rumbo. Encalló en una playa de arenas blanca, en
donde la vista se perdía pues de cerca nunca lograba avistar el fin de la
arenas. Una vez bajo del barco, recorrió la playa hacia un lado y nunca encontró
su final, volvió sobre sus pasos extrañado, eso no podía ser normal, pero hacia
el lado opuesto no encontró otro resultado.
Cuando intento encontrar su velero, este ya no estaba, la
inmensidad de aquella playa le había hecho perderse.
Desesperado busco sin descanso, pero ya ni siquiera el mar veía. Sin entenderlo, se encontraba en medio de un desierto del que no había constancia en ningún
mapa conocido en aquella época, y no le quedó otra que avanzar. Perdió la noción
del tiempo, y de aquel vasto lugar no lograba escapar, hasta que llegó el
momento, en el que su mente dijo “basta” y se paró a meditar. El tiempo parecía
estar estancado, su única noción era el bello de su rostro que había crecido
como nunca habría imaginado, una larga barba oscura le había dominado por
completo su rostro, ya no parecía un muchacho, pues parecía algo mayor, se dio
cuenta que su cuerpo no funcionaba igual, y también que aún no poseía la
inmortalidad, pero que aún su viaje no iba a terminar, comprendió que si algo
se quiere, se tiene que luchar, pues el mundo no regala nada, se lo tenía que
ganar. Cuando ese pensamiento rondo su cabeza el muchacho desmayo y en un lugar
sin precedentes vino a despertar. Pues un bosque de árboles gigantes, su vista
fue lo primero en contemplar, reposaba sobre las hojas de aquellos extraños árboles
que parecía que su lecho habían construido a consciencia para que pudiera
descansar y esto al muchacho le dio que pensar.
Pensaba y pensaba, pero las respuestas nos llegaban, hasta
que en un momento de ira, precedida por su incomprensión, grito en el bosque:
-
¿ - ¿Qué queréis de mí? –grito sin alguna esperanza
de obtener respuesta-.
- - Que entiendas, que lo que has pedido no es
ninguna bendición pues más allá de la razón de los mortales va la vida eterna. Aun no has logrado comprender tu petición, y
tu viaje no ha hecho más que empezar, pues hasta que no logres entender la
magnitud de tus sueños no podrás nada reclamar –sonó un susurro en todo el
lugar de fácil compresión pero no había nadie que esas palabras pudiera
lanzar-.
-
- ¿¡Eso que significa!? –grito el muchacho de nuevo
pero ninguna respuesta se dio-.
El muchacho extrañado no entendía nada, no sabía si soñaba o
si era la realidad, el bosque era oscuro, apenas pasaban los rayos del sol
debido al volumen de las copas de aquellos gigantescos árboles, que por cálculos aproximados
de aquel hombre, cincuenta metros podían alcanzar.
-
- Avanza… -otro susurro sonó-.
Esta vez el muchacho sin demasiadas dudas avanzo, sin dirección
ni destino pero no podía fracasar, pues su empeño era indestructible, no daba
lugar a fallar, y las señales le venían solas era imposible su camino errar.
Avanzando por aquel bosque se percató que su barba ya no estaba, y que su
cuerpo no estaba más cansado, volvía a ser el mismo que cuando embarcó.
Se adentró por el bosque en línea recta, pero al mismo punto
volvió, pues su lecho de hojas volvía a divisar, cambio de rumbo y otra vez al
mismo lugar regreso, una y otra vez lo intentaba con mismo resultado todas las
veces, sus pensamientos eran extraños, pues parecía que volvían al principio, como si se reiniciara su cabeza, y volviera a emprender
el camino, pero sin perder recuerdo alguno, era inexplicable. Comenzó a marcar los árboles para ver
si así resolvía el misterio, pero lo intento tantas veces que llego un momento
en el que todos los árboles que miraba estaban marcados, no llevaba la cuenta
de sus marcas, pero por aproximación había marcado unos quinientos árboles, y
eso le hizo llegar a una respuesta lógica, pues aquel bosque no se extendía de
manera normal, sino que era circular, no tenía principio ni final por lo que
una salida nunca lograría alcanzar. Una explosión sonó a su diestra y el humo
colmo su vista, cuando se despertó una mesa con dos sillas se había aparecido.
-
- Siéntate –el susurro volvió-.
Después de lo vivido el joven ya no se preguntaba sobre lo sucedido.
Acataba lo que escuchaba como si de órdenes se trataran.
En la mesa aparecieron suculentos platos de comida, pero
nuestro protagonista no tenía hambre, cosa que no entendía pues llevaría días sin
comer. Del bosque surgió una figura humana que se acercaba hacia él, cuando se
pudo hacer visible, era un anciano decrepito, calvo y con una barba que apenas permitía
ver si estaba vestido, pero cuando se vio su perfil, su espaldas estaba
desnuda, así que el muchacho dio gracias por su extensa barba que cubría su
cuerpo.
El viejo decrepito no soltó ni una palabra, comenzó a comer,
el muchacho desconsolado intento probar bocado, pero la comida no le entraba, y
se tuvo que conformar con ver el gozo de aquel anciano. Cuando la comida el
anciano había devorado se dirigió al muchacho.
-
- ¿Qué has aprendido del bosque? –pregunto el
anciano-.
-
- Que es una trampa para la mente, no tiene
principio ni final, por lo que siempre acabaras en el mismo lugar. –respondió el
muchacho-.
-
- Y, ¿Qué quiere decir eso? –cuestionando su
respuesta el anciano le respondió-.
El muchacho miro al anciano con incertidumbre no entendía la
pregunta, y se limitó a callar.
-
- ¿Callas?, no has entendido nada… bueno te lo voy
a explicar. El bosque si tiene un
principio, pues partiste de un punto, es como la vida, estaba mucho antes de
que tú nacieras, muchas cosas han pasado antes de tu “principio”. Pero, exacto,
no tiene final, igual que la inmortalidad, deberías entender que si la vida
eterna quieres obtener, tu vida como este bosque no tendrá otra finalidad, más
que girar por el mundo una y otra vez, pues la vida del individuo debe concluir
alguna vez, sino concluye, ¿Que alicientes tendrás?, conseguirás todo lo que
anheles, pero ¿Después que harás?, vagaras por el mundo como alma en pena y
ninguna persona encontrarás que perdure contigo. –anciano-.
-
- No necesito a nadie, quiero perdurar más allá
del tiempo, pues la muerte es mi temor y es insoportable para mí, por eso mi
anhelo más grande es la inmortalidad, y lo que conlleve estoy dispuesto a
asumirlo por encima de todo. –muchacho-.
-
- ¿Qué has sentido cuando me has visto comer?,
acaso ¿no te has desconsolado? –anciano-.
-
- Si –respondió el joven-.
-
- No necesitas comer, eres inmortal, tampoco
necesitaras otros tantos placeres, tu cuerpo jamás morirá, debes entender que
tu petición trasciende más allá de tus sentidos, y que lo que añoras, que crees
que perderás en la muerte, ya jamás lo volverás a necesitar. Tu concepción del
mundo nunca será igual, pero si tu camino hacia la inmortalidad quieres
continuar ve hacia esa puerta, allí encontrarás lo que buscas. –le enseño el
camino y se esfumo haciéndose uno con la niebla-.
Una vez desaparecido el anciano, la puerta se dispuso el
joven a atravesar, pero cuando estaba a
punto de tirar de ella, su mente empezó a cuestionarse las palabras de aquel
anciano decrepito, que aunque le pareció un poco estúpido su pensar, un
trasfondo tenia sin dudar. Pues más sabio que el anciano, nunca a nadie había
conocido, pero la ignorancia del joven, hizo que en aquel momento no lo
entendiera y aunque con dudas atravesó la puerta.
Atravesó la puerta, y volvió al muelle, donde había cogido
el barco de vela, se levantó del suelo y se preguntó si había vivido o soñado
aquellos sucesos. Camino hacia el mar esperando respuesta pero nunca la encontró.
Volvió a su casa y se dispuso a vivir, pero transcurrieron los años y nada comió,
ni siquiera envejeció, por lo que la inmortalidad, le había sido brindada, así
que no necesitaba echar raíces en ningún lugar, recorrió el mundo entero, con
el paso de los años coleccionando reliquias hizo dinero, y pudo conseguir todo
lo que quería, leyó miles de libros, y empezó a comprender todos los secretos,
pero vacío se sentía a cada paso que daba, pues época tras época veía los
mismos errores de sus iguales, guerras, amores, amistades, y demás relaciones.
Cuando ya lo había visto todo, siempre salía algo nuevo que
le provocaba curiosidad, eso le permitía vivir sin preocuparse demasiado, pero
todo aquel que había conocido había muerto, y aunque nunca quiso encadenarse a
nadie, nadie le conocía, nadie reconocía quien era, y siempre tenía que volver
a empezar. Una vez visto todo el mundo, elegido un lugar para establecerse, pensó
que, mil años habían pasado, desde su encuentro con aquel anciano, el cual
posiblemente ya estaría muerto, pues por sus palabras rechazo la inmortalidad.
Cuando se estableció en un emplazamiento tenía una casa
enorme pues el dinero le sobraba, y harto de la soledad se intentó integrar en
la sociedad. Pero siempre huyendo de establecer relación con nadie, pues sabía
que para ellos la muerte llegaría, y que si lazos construía la eternidad le castigaría.
Pero todavía le quedaba una lección por aprender, pues que la vida no se puede
controlar, el futuro nunca había estado escrito, y él no se lo había planteado
de esa manera, las casualidades existen y cambian la percepción. Conocía la
historia casi al completo del pasado, sabía que como aquel bosque iba en círculos
repitiéndose una y otra vez,su única carencia era su desconocimiento en el amor, pues llega sin avisar, y esto nunca
nadie se lo advirtió.
Una mañana paseando por las calles de aquel pueblo en el que
fue a recalar, una joven hermosa se cruzó en su camino, no podía describir el
sentimiento que le provoco la belleza de aquella muchacha pues nunca había
estado lo suficiente en un lugar para colgarse de alguien, pero de aquella muchacha nunca se olvidaría.
Después del día que divisó a la joven, por primera vez, iba cada mañana a verla pasar, por miedo nunca decía nada, y su vida entera comenzó a basarse en aquella joven, que había robado su amor. Un día la muchacha se le acerco, y le saludo, a partir de ese momento una conversación entablo, pues la joven también pasaba por allí para verlo y eso cambió al muchacho para siempre. Cada día iban a verse, y de ella se enamoró, igual que ella se enamoro de él, hasta que a su casa juntos fueron a vivir, tuvieron un hijo y su vida durante los primeros años paso con normalidad, pero ella se comenzó a preguntar por qué su amado no envejecía y cuando le pregunto, el no supo responder, y por miedo la abandonó, le lego toda sus riquezas y simplemente desapareció. Recorrió el mundo jurándose no volverse a enraizar, pero los pensamientos de su amada no le dejaban en paz, cada cierto tiempo, volvía aquel lugar, para su familia, poder observar. Cuando cincuenta años después volvió, su mujer ya era anciana, y su hijo ya le había dado un nieto.
Años más tarde volvió y a su amada no diviso, pregunto por
ella pero en el cementerio fue donde la encontró, lloro desconsolado, pero a su
estirpe siempre cuido. Paso la eternidad observando a su descendencia y
añorando el día en el que se enamoró.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhJZeDM6UmpbmxQADyEvRCXX5pn03qEMannUlWP7t6G342hz8Qn0NDCbcwMpNkoXuT_wYBStWdG8Xi2ywMFaYAB51b7-lYwF93J4380Gt6tiTiGRPjoa5LXSEMww1vyAv3E-pBiCwt-LxCs/s320/infinito-eternidad-simbolo.jpg)
Poco después de que el muchacho que el había sido se marchara,
en su lecho reposó, y se dio cuenta de una gran verdad, que posiblemente, nunca
se equivocó pues con el recuerdo de su amada sus ojos cerro para volver a ver su sonrisa, para volver a sentirla, al poco falleció y mientras la vida se escapaba de su cuerpo sintió entre delirios el calor del amor que una vez afecto a su cuerpo.
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Tus historias esta en concreto me recuerdan al amor que sintió Napoleón por tu mujer.
ResponderEliminarNapoleón conquistó un país tras otro, incluso llegó a ser Emperador, la población de toda Europa estaba a sus pies.
Pero a su propia mujer nunca la "poseyó" del todo. Y justo POR ESO la amó sobre todas las cosas.
El joven Napoleón Bonaparte, en aquel entonces 26 años, ya conocido como general victorioso y ambicioso, conoció en una de las fiestas a una dama llamada Josefina de Beauharnais. Cuando la vio por primera vez, todos los hombres andaban detrás de ella.
Aunque las demás mujeres de la fiesta eran mucho más hermosas, todos solo tenían ojos para Josefina. Su gracia y su dulce comportamiento encantaban a los hombres.
Varias veces ella dejó de lado a los demás hombres y se dirigió a Napoleón para conversar con él sin mucha ceremonia. Así ella le comentó, casi por casualidad, lo que admiraba su valor y su éxito militar.
Nada en el mundo podría adular su vanidad más que una mujer admirada por sus actos.
En los siguientes días, él la visitó regularmente. Sin embargo, élno conseguía entenderla, a veces ella se mostraba enamorada, y
otras veces lo ignoraba. A veces se comportaba fría y distante y otras veces furiosa con él. Napoleón jamás tuvo la sensación de conocerla. Y sintió que jamás la podría poseer, lo que hacía que su amor hacia ella creciera desmesuradamente...
Un año después se casaron. Al poco tiempo Napoleón tuvo que marcharse al campo de batalla. Desde la distancia le escribió: "No puedo dejar de pensar en ti, mis pensamientos se agotan en
imaginarme qué es lo que haces en cada momento". El hombre que posteriormente conquistaría Europa, estaba perdido. Continuamente clavaba la mirada en el pequeño retrato que tenía de ella colgado
en el cuello. Le escribió largas cartas, y al mismo tiempo luchaba contra sus enemigos con el pensamiento amargo de: "Lucho para estar más cerca de ti, moriré solo para volver a tu lado", escribía.
Una amiga de Josefina lo describió en su momento así:
"La letra de sus cartas apenas se podía escifrar, el estilo era confuso y loco, parecía no estar en su sano... ¡Vaya posición para una mujer! Tener toda la fuerza para mover todo un ejército".
Pasaron meses en los que Napoleón le incitaba a ir a visitarlo al campo de batalla. Sin embargo, ella siempre ponía excusas y nunca se pudieron encontrar: "Me apresuré para llegar a Milán, solo para poder verte. Dejé todo tal y como estaba tan solo para tenerte entre mis brazos, pero tú ya no estabas".
Napoleón estaba furioso y celoso, pero cuando, de nuevo en París, la vio, bastó la mínima atención por parte de ella, el gesto más pequeño de admiración para que él se derritiera.
"Nunca", escribió posteriormente Napoleón en sus memorias, "una mujer ha dominado el corazón de un hombre con tanta fuerza".
Aunque en esta relación pasional hubo sus más y sus menos, Napoleón no pudo nunca olvidar este amor, y en su lecho de muerte se dice que lo último que murmuró fue el nombre "Josefina".