Una mañana te despiertas y rompes con todo, intentas
olvidarte de todo lo que te rodea, te adentras en un mar de silencios para no
corromperte en tus ideas. Miras a tu alrededor mientras nadas y ves que la nada
es tu aliada, en ese mar donde la vida y la sociedad abundan por su
inexistencia, lo que te provoca una sensación de calma que no puedes asimilar
del todo, porque aunque no quieras, tu cabeza y tu cuerpo siguen funcionando,
haciendo imposible la completa unión con tu propia paz interior. Y mientras te
descompones en mil pedazos para armar correctamente ese ‘puzzle’ que llamas vida, las imágenes empiezan a flotar a tu
alrededor, momentos alegres a la par que tristes, situaciones que no recuerdas
pero están ahí, por ejemplo, algo tan insignificante como una sonrisa que te
dedicó algún desconocido un día cualquiera, esas cosas siempre solemos
descartarlas para ocuparlas con otras a las que damos prioridad. Así se empieza
a salir de la calma, preguntándote, hacia dónde vas, que puedes hacer, si
aquello está mal, si lo otro está bien, no sé, si pudiera darme un consejo
sería cerrar el libro y empezar uno nuevo cada día, continuar los cimientos que
te hacen agitarte por la curiosidad y descartar aquellas cosas que realmente no
te aportan nada más que delirios camuflados en una era digital, tan fría, pero
a la vez tan cotidiana que empezamos a confundirla con la realidad. Y es que en
realidad es tan sencillo, es tan fácil, mirar hacia adelante pensando que algo
mejor va a suceder, ya sea en un corto periodo de tiempo o a largo plazo, pero
siempre con los pies en el suelo, ya que la vida no es un cuento de hadas y el
sufrimiento va ligado a la misma. Por eso, debemos intentar asimilar las
oportunidades, vivir sin arrepentimientos y sacudirnos de lo malo, disfrutar
los buenos recuerdos sin llegar a rozar la nostalgia, ya que puedes anclarte en
algo que ya sucedió y aunque forma parte de tu ser, no forma parte de tu
presente, que es donde vives, en el presente, ese bendito regalo que puede
cambiar en cualquier momento sin avisar. Para concluir, pensar que lo más sensato
cuando la tristeza te llama, es olvidarla y olvidar que la has olvidado para
ver el amanecer que nos regalará cada mañana, en este extraño circulo vicioso al
que llamamos vida.
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