En una fría mañana de
verano una lagrima se mezclaba con un poco de ceniza del cigarro que
por despecho consumía, le aterraba el tiempo. Nunca se había
planteado el tic tac de las horas que recorrían su reloj cada día
marcando el paso de su historia. De repente, mientras se sumergía
entre sus miedos, una pluma se poso en sus rodillas flexionadas, ya
que se encontraba sentado en un banco en medio de la calle, cuando su
distraída mirada se percató de aquella pluma le invadieron otro sin
fin de pensamientos, sobre todo se pregunto su historia ¿Cual sería?
Debido a que estaba
cansado de pensar en si mismo, de pensar que sería de él de ahora
en adelante, ya que su historia pasada le parecía tan banal, tan
insignificante,de que sentía que había perdido su tiempo, lo que
le había llevado a enrolarse en un mar de angustias aquella mañana. Pero sin saberlo aquella pluma le daría la primera piedra para
avanzar en otra dirección, en otra tendencia, así sin sentido se
levantó de aquel pequeño banco que había albergado demasiado de su
mundo y de su propio ser.
Primero remojó su dedo su dedo con sus labios, una
vez levantado, para saber en que dirección soplaba el viento.
Soplaba en dirección opuesta a su vista, pero de un giro se puso de
frente y el viento aunque era bastante frío y fuerte no lo
amedrentó, se dispuso a dar pasos en firme hacia aquella historia
que quería descubrir.
Cuando hubo andado un
número indeterminado de pasos llegó a un árbol, arriba de él, en una
de las ramas divisó un nido perfectamente construido, quizás por
aquella ave, quizás por otra, pero que importaba, había olvidado la
pluma para pensar en aquel nido. Subió un poco el tronco y encontró dentro de él unos huevos, solitarios, tanto o mas que él, aunque
pensó que por lo menos eran varios, que su madre volvería y sin
pensarlo se paró debajo de aquel árbol a esperar. Espero y espero
sin éxito, aquella ave que tan perfectamente había construido su
nido no aparecía. Se preguntaba como era posible que aquella madre
hubiera abandonado a sus huevos, como era posible si tanto esfuerzo
le había costado construir aquel pequeño nido, rama a rama y tan
perfecto, que llego a la peor conclusión posible, aquella ave no
volvería.
Y él comenzó a pensar en ello ya que su mañana había sido tan desdichada,
tan absurda que centro su interés en una pequeña pluma, no le entraba en la cabeza que un ser que ha
traído vida al mundo, que ha hecho algo importante dejando su
descendencia para que su propio ser perdurase. Había dejado
huérfanos unos huevos, sus huevos, su vida prologada en otra
generación.
Y confirmo sus peores
augurios aquella ave no volvió.
Durante un momento dudo,
pero al poco tiempo una idea cruzo por aquella perturbada mente,
criaría a los huevos y haría que esas vidas llegasen al mundo, que
vieran un amanecer, un atardecer, que vieran caer la lluvia e incluso
que pudieran ver en él, a su protector. Cogió el nido y comenzó a
andar. Mientras andaba otra pluma se poso en él, giro la vista y vio a aquella ave,
o una similar, la pluma coincidía, y su cuerpo sin vida recogió
del suelo.Entendió que nunca abandono a aquellas aves, sino que
el destino en favor de él le había dado la oportunidad de hacer
algo importante, mientras que aquella ave nunca vería a sus crías
nacer y tampoco crecer.
Eso aun lo convenció más para cuidar a
aquellos huevos abandonados por este cruel y despiadado mundo, del
cual nunca tuvo noticias sobre el sentido que tenía existir en él, en esta broma de mal gusto llamada vida.
Paso el tiempo y aquellos
huevos se abrieron, él los alimento, y los protegió hasta que
fueron adultos.
Cuando ese día llego les
enseño a volar, para que pudieran coger su rumbo en la vida, pero
aquellas aves no querían abandonar aquel hombre, ya anciano, que
desperdicio su vida algún tiempo atrás, pero que tras ver crecer a
aquellos pequeños seres que le profesaban total admiración, se
sintió en paz consigo mismo y recostado en un sillón se durmió
para nunca despertar. En su testamento dejo claro que quería ser
enterrado bajo aquel árbol que le había dado la satisfacción en su
vida, y dentro de la misma carta quería que dejaran volar su pluma.
Nunca nadie supo su nombre, nunca nadie hizo volar aquella pluma en
su honor, pero durante años junto a su tumba donde descansaba, cada
mañana unas aves la sobrevolaban y alegraban el paraje con una linda
melodía. En su tumba siempre se conservó una frase, que le
encontraron escrita en sus últimos relatos de vida.
“La
soledad a veces es una bendición para la tranquilidad del que la
admira, pero la compañía de quien te admira es la mas sublime
alegría que puede regalarte esta vida.”