El silencio se apoderaba de mí, no entendía lo que sucedía, simplemente
sucedió. La noche transcurría sin darme la exactitud del tiempo, ya que de
noche no puedes mantener un control del horario, si acaso, el ruido de los
coches, o de los pájaros que alegremente dan la bienvenida a un nuevo día. Pero
mi situación era inestable, andaba absorto en mi única idea de cómo proseguir
un nuevo día, sin ni siquiera tener constancia del resto de mi vida anterior.
Tal vez una historia que no tiene sentido me precedía. Y lo note aquella noche.
Me puse a imaginar mi futuro.
En ese futuro veía tinieblas a las que combatir, dragones a los que
domesticar cual caballero de la mesa redonda en una de sus épicas batallas en
nombre del Rey Arturo. La fantasía se apoderaba de mí, no tenía potestad para
razonar racionalmente, pues la vida cotidiana de cualquier persona de clase
media me aburría, quería aventuras y nadie me las podías quitar de mi excesiva
imaginación.
Comenzó por idear un camino, un camino colmado de árboles, los cuales
no pertenecían a ninguna especie conocida, sus copas era frondosa y sus hojas
eran de color azul, el prado a mi alrededor, se constituía de un césped de más
de medio metro de altura en la que el color purpura inundaba los sentidos, el
camino era verde y lo seguía con los ojos cerrados pues estaba entrando en un
mundo que yo mismo había creado y cualquier cosa, todo lo que quisiera creer
seria realidad.
Ese camino lo seguí fríamente, y si, podemos decir que tal vez estaba
poseído por unos delirios que no puedo comprender, pero la idea de avanzar me
hacía poderoso. Tanto que comencé a volar. Me alejaba del camino observando la
tonalidad de sus colores, utilizando mi poder para revertirlos y crear nuevas
ilusiones sin siquiera ver que no me alejaba. Se transformaba. Se transformó en
una batalla. Una batalla épica por la supervivencia de una raza que yo había
creado. Una raza inexistente que combatía por su libertad. Pero esa idea no me
convencía. Y la borre creando un nuevo mundo para mí, una aldea futurista en la
que las maquinas dominaban a las personas, donde las personas no sabían
siquiera hablar, pero tampoco me gustaba y la descarte, así que volví a
borrarlo todo, y me perdí en la infinidad de una pantalla vacía, un espacio en
blanco para meditar y construir otros lugares que quería visitar.
Cree mi refugio de inspiración, durante horas fui feliz en la más
absurda falta de ideas, falta de pensamientos que me tranquilizaban, mi gran
defecto siempre fue construir mundos paralelos a la realidad que vivía ya que
pensaba más de lo que actuaba y eso a la larga pasa factura. Meditando en mi
lugar de protección, en el que todo podía ser realidad, todo incluso el amor,
la magia, la estupidez más dramática o el simple hecho de no volver al mundo
tangible, para permanecer en el inteligible.
Y así fue, a medida que mi mente relajaba todo su potencial, imagine
una playa rocosa, en la que las olas rompían y la brisa marina refrescaba mi
cuerpo ahora desnudo antes tal paisaje que no permitía pasar a la vergüenza,
pues solo existía yo y el sonido que se desprendía del amor entre las rocas y
el mar. Observe toda su majestuosidad, y en mi mente surgió la nostalgia, en mi
tierra hay miles de parajes así, y no puedo negar que añoro solo poderlos
visitar a solas en mi imaginación.
Pero no tenía intención de perderme en mis recuerdos, ya que tenía la
esperanza de vivir una épica aventura, por lo que aquí comienza la historia en
la que imagine los mundos que nunca nadie podría visitar, más que leyendo el
fragmento de mi ridícula inspiración.
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