No pudo escuchar su último suspiro, pero si los dos últimos
latidos de su corazón, ella yacía en el suelo en sus últimos segundos de vida.
El mendigo no podía soportarlo, había apuñalado a una mujer inocente por cuatro
duros para drogarse. Él nunca había sido mala persona, pero la desesperación a
la que estaba siendo sometido, le hizo actuar sin pensar más que en el
propósito y no en las consecuencias. Se levantó y comenzó a huir lejos de la
tortuosa imagen de aquella mujer asesinada por sus propias manos, lamentando
cada segundo de lo sucedido y arrepintiéndose de toda su vida, la cual le había
conducido a sostener el cuchillo que daría fin a la existencia de una mujer,
que simplemente pasaba por el lugar equivocado en el momento más trágico de la
historia del mendigo.
Corrió y corrió sin fijarse demasiado por donde huía. A lo
lejos comenzaban a sonar las sirenas de los coches de la policía y ambulancias,
incluso se distinguían alguno gritos que provenían de su pasado más cercano
metros atrás. Pero tan intuitiva era su huida que no callo en el pensamiento de
que las sirenas estaban más cerca de lo que su concentración le remitía a su
cerebro, por lo que llego a un cruce prácticamente desorientado, sin mirar a
ambos lados atravesó ese negro y peligroso rio que representa el asfalto, hasta
que escucho con firmeza que a su lado derecho, una luz roja, otra azul, se
acercaban a él violentamente. El mendigo acabo tres metros delante de las luces
que provenían de uno de los coches de policía, sin vida, el policía encargado
de conducir se encargó de ver si estaba bien, pero el mendigo ya no tenía vida,
tenía el cuello roto, su rostro dibujado de culpabilidad, que se hizo más fácil
de ver cuando un testigo, lo señalo como el culpable del asesinato. Aun así era
la primera vez que el policía veía un cadáver de cerca, esa noche tuvo que ver
dos, acababa de salir de la academia, no tenía demasiada experiencia. Volvió a
casa perturbado por las imágenes que le había tocado vivir, pero era una
persona fuerte y le respaldaba su esposa con la que había contraído matrimonio
recientemente. Le contó
a ella, que le había tocado ir a la casa de la mujer
para decirle a su hijo de quince años con el que vivía sola, que su madre había
sido asesinada por un mendigo que vivía desesperado en las calles, el muchacho
le culpo, por permitir al mendigo recorrer con total libertad el mismo mundo
que recorre la gente decente, aunque se lo tomo como un arrebato lógico de
miedo ante una nueva situación para el muchacho.
Al cabo de unos días recibió la información acerca del
entierro de la mujer, el policía entregado, decidió aparecer para dar el pésame
a la familia, fue una ceremonia normal, en un cementerio extenso rodeado de
césped y tumbas, el ataúd bajaba lentamente en su agujero, igual que las
lágrimas de los presentes por sus mejillas. El policía fue uniformado ya que le
cogió en horas de servicio, diviso al muchacho que días atrás le había dado la
noticia, le hizo un gesto, se dio media vuelta y se marchó. El policía, cuando
se dirigía a su coche, noto que se le recortaba el peso de su cadera derecha,
donde estaba su pistola, se dio la vuelta para reaccionar pero era demasiado
tarde, el muchacho le había disparado por la espalda atravesándole el corazón,
y automáticamente el mismo muchacho se voló la cabeza con el arma.
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