jueves, 19 de diciembre de 2013

Insípida

No hace mucho, apenas una luna llena, me desperté con un buen sabor de boca, sentí haber conectado, no sé, saben de esa sensación de que comienza una buena historia, seguro que muchos escritores se han despertado así alguna vez. Bueno al tema, esa mañana me desperté y las palabras en mi procesador de textos fluían como el agua del rio, sino me conociera diría que mis manos estaban poseídas y que yo no era más que un mero lector, un seguidor de mis propios relatos, cada palabra tenía gracia, cada letra parecía que bailaba, que enseñaba un significado que días atrás era desconocido para mí, y ¿Por qué? Por un encuentro casual que derivó en un delirio monumental. Pongamos eso de chico conoce chica, que chica ya conocía a chico pero chico no sabía que chica conocía y derivamos en la locura más tergiversada que podemos siquiera pensar, un lío ¿No? Pues básicamente el devenir de los días siguientes no cambio demasiado.


La historia del día después fue simple, la claridad abordo el concepto de la conversación, cosa que de buenas a primeras impacta, sobre todo si llevas un tiempo con el autoestima baja, y si, lo sé, mea culpa, pero vamos que no lo esperas. Así que, al principio la duda era constante, un bendito dilema que aunque reservada mi respuesta, en el fondo sabía hacia que lado caería, obviamente la tentación era la telonera. Pasaron días, pocos en realidad, pero se hacían largos por la imposibilidad de consumar las palabras escritas en métodos digitales, pero… según dicen lo bueno se hace esperar. Pues no, después de días de lagunas mentales perdido en las perversiones más absurdas, las perversiones que llevaban a imaginarla sin ropa, sentada sobre mí y mil cosas que jamás contaré por respeto… se esfumaron por unas palabras absurdas que realmente todavía dudo, ni siquiera merecen mención. Entonces pensé, ¿para qué tanta historia? Quizás por ver su poder de convicción, quizás por sentirse deseada, que cosa más extraña, tantas teorías y ninguna cierta….
Al final, uno se queda en treinta y tres, pero lo asume con dignidad, ser un juguete tampoco esta tan mal, cuando te usan lo disfrutas, y cuando te tiran al desván, pues ya te volverán a desempolvar, ya sea en otro tiempo, en otro lugar con diferentes personajes, pero a lo que quiero llegar, es como una historia con un gran principio, que tenía altas expectativas, digámoslo sin tapujos, sexuales o que conllevasen algo más, al final se quedo como una historia insípida que nunca debió pasar.

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