viernes, 20 de diciembre de 2013

Perdido en la mente. Introducción

El silencio se apoderaba de mí, no entendía lo que sucedía, simplemente sucedió. La noche transcurría sin darme la exactitud del tiempo, ya que de noche no puedes mantener un control del horario, si acaso, el ruido de los coches, o de los pájaros que alegremente dan la bienvenida a un nuevo día. Pero mi situación era inestable, andaba absorto en mi única idea de cómo proseguir un nuevo día, sin ni siquiera tener constancia del resto de mi vida anterior. Tal vez una historia que no tiene sentido me precedía. Y lo note aquella noche. Me puse a imaginar mi futuro.

En ese futuro veía tinieblas a las que combatir, dragones a los que domesticar cual caballero de la mesa redonda en una de sus épicas batallas en nombre del Rey Arturo. La fantasía se apoderaba de mí, no tenía potestad para razonar racionalmente, pues la vida cotidiana de cualquier persona de clase media me aburría, quería aventuras y nadie me las podías quitar de mi excesiva imaginación.
Comenzó por idear un camino, un camino colmado de árboles, los cuales no pertenecían a ninguna especie conocida, sus copas era frondosa y sus hojas eran de color azul, el prado a mi alrededor, se constituía de un césped de más de medio metro de altura en la que el color purpura inundaba los sentidos, el camino era verde y lo seguía con los ojos cerrados pues estaba entrando en un mundo que yo mismo había creado y cualquier cosa, todo lo que quisiera creer seria realidad.

Ese camino lo seguí fríamente, y si, podemos decir que tal vez estaba poseído por unos delirios que no puedo comprender, pero la idea de avanzar me hacía poderoso. Tanto que comencé a volar. Me alejaba del camino observando la tonalidad de sus colores, utilizando mi poder para revertirlos y crear nuevas ilusiones sin siquiera ver que no me alejaba. Se transformaba. Se transformó en una batalla. Una batalla épica por la supervivencia de una raza que yo había creado. Una raza inexistente que combatía por su libertad. Pero esa idea no me convencía. Y la borre creando un nuevo mundo para mí, una aldea futurista en la que las maquinas dominaban a las personas, donde las personas no sabían siquiera hablar, pero tampoco me gustaba y la descarte, así que volví a borrarlo todo, y me perdí en la infinidad de una pantalla vacía, un espacio en blanco para meditar y construir otros lugares que quería visitar.

Cree mi refugio de inspiración, durante horas fui feliz en la más absurda falta de ideas, falta de pensamientos que me tranquilizaban, mi gran defecto siempre fue construir mundos paralelos a la realidad que vivía ya que pensaba más de lo que actuaba y eso a la larga pasa factura. Meditando en mi lugar de protección, en el que todo podía ser realidad, todo incluso el amor, la magia, la estupidez más dramática o el simple hecho de no volver al mundo tangible, para permanecer en el inteligible.
Y así fue, a medida que mi mente relajaba todo su potencial, imagine una playa rocosa, en la que las olas rompían y la brisa marina refrescaba mi cuerpo ahora desnudo antes tal paisaje que no permitía pasar a la vergüenza, pues solo existía yo y el sonido que se desprendía del amor entre las rocas y el mar. Observe toda su majestuosidad, y en mi mente surgió la nostalgia, en mi tierra hay miles de parajes así, y no puedo negar que añoro solo poderlos visitar a solas en mi imaginación.


Pero no tenía intención de perderme en mis recuerdos, ya que tenía la esperanza de vivir una épica aventura, por lo que aquí comienza la historia en la que imagine los mundos que nunca nadie podría visitar, más que leyendo el fragmento de mi ridícula inspiración.

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