martes, 17 de septiembre de 2013

¿A la luna? ¿Para qué?

Podrías recitar miles de verso a la luna pero, ¿Para qué? Ella no te escucha, ni siquiera se hace eco de tu existencia. Cada noche te asomas a la ventana para admirarla, cada noche te enamoras nuevamente de ella, la sientes, la deseas, pero a ella nunca llegas. Se podría ver como un acto de estupidez, pero sinceramente, me resulta respetable, tan absurdo que llega a ser un acto entrañable. Una historia de constancia y admiración, el amor en su máximo exponente, velar por ella, por el mero hecho de que quieres ver su sonrisa, aunque sea de lejos. La sueñas, porque ella es la que te hace sentir que tu corazón aún late, la repudias porque es demasiado doloroso saber que está ahí, aunque está lejos, sigue ahí, existiendo, viviendo su vida, mientras la tuya se basa en un mar de lágrimas que has creado para que pueda ver su reflejo, pero ella no se da cuenta que tú eres el espejo que la hace sonreír, porque la quieres tanto.  Por eso lloras, porque su ausencia es lo que más detestas de amarla, pero aún con ese sentimiento te sacrificas. Hace tiempo te pregunté, ¿Para qué le escribías versos? Y solo me contestaste: “porque no se hacer otra cosa”.

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