domingo, 11 de agosto de 2013

Resentimientos del pasado

Sentado en un banco veía pasar las horas ante mí. Aquella tarde me sentía algo perdido, los acontecimientos recientes habían dado un motivo a mi cabeza para perderse entre pensamientos que podrían representarse como claroscuros. A cada pensamiento alternaba de extremo a extremo, una locura.

A veces he pensado que esta vida no está hecha para mí, que simplemente soy una persona que tiene algoritmos diferentes a los del resto. Aunque tal vez ahí es donde se encuentra el error, tal vez el creerme incomprendido hace que me esconda del mundo y me vea como un simple villano en las historias cotidianas.

Intento cambiar esa cantinela para poder avanzar hacia adelante, pero es que me resulta prácticamente imposible, no sé, es como intentar coger agua en un río con las manos, puede que retengas unas pocas gotas pero, ¿qué son esas gotas comparadas con la inmensidad del río? nada. Pero el dilema está ahí en rendirse o no, porque los ríos se formaron gota a gota, igual que nuestra personalidad, que se ha formado detalle a detalle hasta acumular tantas cosas que se hace una tarea complicada el tratar de cambiar el rumbo, pero bueno, a veces es mejor retirarse a tiempo.

Como iba diciendo aquella tarde se me paso volando y llegada la noche me levante de allí para recorrer un poco las calles. Observaba, observaba a todo aquel que pasara cerca de mí. Habían muchas personas con sonrisas en sus rostros, otros iban con bastante prisa con una gran ansiedad marcada en su cara, otro simplemente parecían estar en mi bando, una existencia basada en ver como pasan las horas para ver si los problemas se esfuman, pero creo que eso solo pasa en contadas ocasiones, en otras el toro hay que cogerlo por los cuernos.

Seguí por la calle y la vi, la responsable de mis delirios. Ella me miro tímidamente, entrada la mañana me había dicho que quería alejarse de mí, sin darme demasiadas explicaciones, pero yo no estaba para miramientos me acerqué rápidamente a ella.
     
     -   Te quiero –le dije seguro de mí mismo-.
     -    Lo sé –respondió ella sin mirarme a los ojos-.
     -  ¿Por qué te alejas?, ¿por qué no quieres seguir como hasta ahora?, ¿acaso no me quieres? –le pregunte casi a la desesperada-.
    -      No es que no te quiera, de hecho, te quiero pero tengo miedo, miedo de que me hagas daño, no puedo permitirme otro error y aunque me taches de cobarde es la decisión que he tomado, perdóname –contesto con lágrima en los ojos mientras corría calle abajo-.  

Y sin más se marchó, mi mente no concebía esa respuesta, yo había arriesgado también mucho cuando me abrí a ella, pero ella no había sido valiente como yo, se estaba escondiendo de sus sentimientos, intente localizarla pero no la encontré nunca más. Tengo entendido que abandono la ciudad, que se fue para siempre, ahora de ella solo me queda su número de teléfono al que llamo regularmente para escucharla en su buzón de voz.


Sin ella la vida para mí no tenía sentido. Pero tenía que salir adelante no podía compadecerme de mí mismo, no podía sentarme a llorarla pues debía respetar su decisión. Y así fue, a base de constancia logré salir poco a poco, logré avanzar dejándola entre mis recuerdos pero apartándola de mí día a día. Ahora después de un tiempo recuerdo aquel día de reflexiones en los que comprendí que por más que se compliquen las cosas, con esfuerzo se puede salir del pozo de las miserias, tocar fondo para coger impulso, ese impulso llamado fuerza de voluntad para cambiar el camino que te llevaba al abismo, por una mujer que huyo por egoísmo y resentimientos que ni siquiera creaste. 

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