martes, 23 de julio de 2013

La montaña y la hormiga

La montaña notó pasar las nubes en lo alto de su cabellera, se sentía libre por fin ya que el viento acariciaba sus cachetes blanquecinos por la nevada que había transcurrido la noche anterior. De repente, empezó a notar un cosquilleo, aparte del viento, unas pequeñas punzadas le acariciaban su rostro lenta, pero constantemente, la montaña no tenía espejos, por lo qué no podía mirar que era esa extraña sensación que acompañaba al viento.

Los pinzamientos seguían a través de la gran montaña nevada, y poco a poco el horror dominaba a nuestra querida amiga, las dudas la asaltaban y se preguntaba:
      
      -          ¿Quién es?, ¿hay alguien ahí?, ¿estaré enferma? –se entristecía la montaña a cada sensación de avanzada-.

Pero no obtenía respuesta alguna.

Pasaron los años y aquellas punzadas no paraban, poco a poco se acercaban al saliente por el que nuestra montaña respiraba, y esto de vez en cuando la hacía estornudar, lo que provocaba que cada vez que le pasaba hubiera desprendimientos, o hubiera una avalancha depende la época del año, ya que con los años las estaciones variaban y lo único que no cambiaba era aquella mala insistencia que no se mostraba ni se paraba.

Al cabo de un tiempo, la montaña escucho una pequeña voz:
      
      -          Ayúdame por favor, no estornudes más o no conseguiré mi propósito –aquella pequeña voz se dirigía a ella-.

      -           ¿Quién eres y por qué recorres mi cuerpo? –le pregunto la montaña-.
      
      -          Soy una hormiga que se propuso llegar más allá de los limites, y aunque no me he rendido se me ha hecho complicado avanzar por las continuas adversidades provocadas por tus temblores –respondió la hormiga-.

La montaña sorprendida no encontró palabras al instante, cuando vio a ese minúsculo ser que desde sus faldas había subido casi sin parar. Al final dejo de admirarla y le respondió:

      -          Discúlpame, pero tu avance incesante me hacía cosquillas, no sabía a que se debía, hasta llegue a temer mi final, pero al verte me has conmovido y te ayudare en lo que pueda, ya que tu coraje te hace valedora de ser el primer ser en alcanzar mi cima, y nada me haría más orgullosa que fueras tú, pequeña amiga –le dijo la montaña con tono maternal-.

      -          Muchas gracias, proseguiré mi camino y cuando llegue al final me volveré para darte las gracias –dijo la hormiga retomando su camino-.

Después de aquella conversación, la pequeña hormiga siguió su camino, aquella montaña media miles de metros de altura, que para ella eran miles de kilómetros, casi como si un hombre viajara a pie a la luna. Pero nunca desistió.

Pasaron aún más años, aquella ínfima forma de d vida seguía y seguía, miraba pasar los días de lluvia, los días de sol y solo sonreía, pero también con el tiempo envejecía y su andar se hacía más lento. La montaña seguía incesante sus pasos, la apoyaba y de vez en cuando conseguía desviar el viento para darle empujones, pero aun así no avanzaba demasiado.

Cuando la vejez toco la puerta de la hormiga apenas le faltaba diez metros para llegar, los pasos eran casi inexistentes, y la montaña no hacía más que animarla:

      -          ¡Sigue vieja amiga, puedes conseguirlo! –le gritaba aunque apenas se le escucha-.

Pero aquella hormiga estaba demasiado cansada y antes de llegar, falleció, y entre su último suspiro se escuchó “Gracias”, la montaña en un último esfuerzo consiguió convencer al viento que llevo hasta la cima aquel cuerpo sin vida.
      
      -        Al final lo conseguiste querida amiga, descansa en paz –se despidió de la montaña-.

Desolada la montaña comenzó a llorar, comenzó a llorar de tal manera que se formó un rio, siguiendo el recorrido de aquella valiente hormiga que desafío su propia naturaleza para llegar donde nunca nadie llego.

Desde aquel día la montaña nunca olvido a su amiga, y bautizo a su rio, “El rio de la victoria”, y aunque muchos ya han llegado allí, la montaña nunca olvidaría, como venció su ladera su querida amiga, la hormiga, la primera que la coronó. 

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